Arcángel San Rafael.

Mi abuelo Aureliano y mi abuela Romelia. El de Arancibia de Puntarenas y ella de Palmares, Alajuela. Foto archivo Franklin Castro, Mi Prensa.

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Franklin Castro R.

franklindecostarica@gmail.com

Cada 24 de octubre allá por los ochentas, me sentaba con mi abuelo Aureliano Ramírez Arias (Lano) a leerle el libro de Tobías, un hermoso relato en donde se describen las vivencias de este hombre con el Arcángel Rafael. Nos ubicábamos en una galera en donde se encerraban los terneros, justo al lado del corral en mi recordado San Rafael de Paquera. En aquel pueblo forjado por grandes hombres y mujeres, la mayoría lamentablemente ya no están presentes.

Mi abuelo un Católico de esos que no claudicaban en su fe, por más insistentes predicadores que intentaran “convertirlo”, le gustaba que le leyeran la Biblia pues nunca tuvo la posibilidad de aprender. ¡Qué ironías de la vida!, hoy en día muchos aprenden a leer, pero no a escribir y eso que hay tantas facilidades para pulir la ortografía. En las redes sociales muchos laceran el idioma de Cervantes.

Volviendo al tema de las lecturas bíblicas, yo era el privilegiado en ejecutar esa tarea en el día de San Rafael. En realidad no la disputaba con nadie, pues ningún otro familiar que yo recuerde se interesaba en hacerlo. Éramos solo el abuelo y yo. Y en San Rafael, una de las casi cien comunidades que según leí alguna vez, llevan ese nombre en Costa Rica.

Así recuerdo aquella tarde de octubre en que el abuelo acostado en la hamaca y yo unas veces en una silla y otras en un banquito de madera, como aquel de patas cortas que utilizaba la abuela Mela (Romelia Vega Solís) para ordeñar las vacas, en los lindos tiempos en que no necesitábamos el celular. Éramos nosotros mismos, o sea auténticos y sin “ingredientes artificiales”.

La abuela chorreaba el café y nosotros con la humeante bebida nos escapábamos al corral. Era muy lindo recordar aquella historia, en la que uno de los siete Arcángeles intervenía en la tierra y nos dejaba una gran enseñanza. Nos sentíamos orgullosos del pueblo, de la existencia misma y de las oportunidades que Dios nos daba al vivir aquellos momentos. Esas cosas jamás las olvidaremos.

A los Rafaeles y Rafaelas…, para esos lugares que llevan su nombre, nuestro saludo en este día. Ojalá que alguien más esté recordando a quién le dio el nombre a muchas personas y comunidades. Es gratificante reencontrarse con el pasado y rememorar a quienes alguna vez vivieron en aquel pueblo. Gracias San Rafael, por permitirme vivir esa maravillosa etapa de mi existencia.

La columna se refiere al pueblo San Rafael de Paquera, provincia de Puntarenas, Costa Rica.

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