Franklin Castro R.

Quienes leen mis columnas, muchas veces piensan que estas son un fiel reflejo de lo que llevo por dentro. Así pasó con aquella que escribí, con el pintoresco título: Se debocó la yegua.

Shirley Ordóñez Sandino (SOS), quien fuera nuestra compañera de secundaria, en el Colegio Técnico Profesional de Paquera, me preguntó un día en playa Pájaros por el nombre de la equina, a la cual me referí en aquella Pluma Liviana.

Talvez la flaca y muchas otras personas, dudaron de mis capacidades domadoras, pero debo subrayar que quienes escribimos una columna de este estilo, a veces apelamos a muchas opciones para moldear nuestras ideas. Puede que reseñemos temas verídicos, vivencias de segundos, algo inventivo o bien, cosas de nosotros mismos.

Otra interpretación: una amiga con el mismo nombre, la leyó y esbozó una seductiva sonrisa, “que historias las de Franklin”, dijo. Al menos me sentí halagado, pues no dudó de mis destrezas.

Para mí lo importante de la historia, es que quienes la leyeran, fueran receptivos del mensaje. Me imagino que hasta habrá alguien, que haya pensado que yo estaba dolido: que me quedó grande la yegua y que por esa razón, me desahogué al desvirtuarla de esa manera. ¡No señores!.

Lo cierto es que la vida continúa y quien escribe seguirá en los potreros, con los mismos bríos, pero con la experiencia que antes no tenía. Quizás se me desbocarán más yeguas en el futuro, pero si sucede, al menos espero que sea con alguna de sangre azul. Duele menos caerse de una yegua de pedigrí, que de una garrapatienta de quinta (Al menos, la vergüenza es menor).

Suceda lo que suceda, ya les contaré más adelante los nuevos episodios de la cabalgata existencial. Ya basta de delicadezas y medias tintas, esta vez el adiestramiento será más rudo. Y que se prepare la próxima, porque esta vez no soltaré las riendas, aunque corcovee la yegua. He dicho.

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