“Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y estos tenían el color mismo del mar y eran alegres e invictos”, en ellos resplandecía un brillo de resistencia y desafío…”, reza parte de la novela corta “El Viejo y el Mar”, con la cual el periodista y escritor estadounidense, Ernest Hemingway, obtuvo el Premio Pulitzer en 1953. Un año después, recibió el Premio Nobel de Literatura.

“La lucha del hombre y el pez, solos frente a frente, mar adentro, es una parábola del individualismo que extrae de su derrota ante las fuerzas de la naturaleza, del destino, la íntima convicción de que su esfuerzo denodado y su negativa a darse por vencido a pesar de todo, constituyen ya una victoria”, escribió alguna vez el crítico literario, traductor y escritor Carlos Pujol.

Quién sabe cómo reaccionaría Hemingway si viviera y se enterara de la odisea que vivió anoche otro anciano pescador, esta vez un costarricense de nombre Manuel Severo de Jesús Casares Álvarez, de 89 años.

El protagonista de esta insólita historia, al menos en tiquicia, es vecino del barrio El Carmen de Puntarenas, casado y padre de dos hijos, quien zarpó a una hora no precisada de ayer en un pequeño y frágil bote en busca de peces en las cercanías de la isla San Lucas.

Sin miedo, decidido, pero solo, al igual que Santiago en “El Viejo y el mar”, Casares lanzó una y otra vez sus enseres de pesca sin mayor fortuna. Muy pronto el fuerte sol y el oleaje le pasaron sus facturas.

La pequeña panga quedó a merced de las corrientes marinas y el veterano pescador ya no pudo regresar a tierra. Sin fuerzas, deshidratado y desorientado, pasó horas intentando controlar su rumbo sin lograrlo.

Anoche, en la oscuridad, yacía solo, con sus escasas fuerzas y sus 89 años como pesado fardo de piedras en su espalda, frente a la inmensidad del mar, sobrecogido más no derrotado, Casares, igual que Santiago, posiblemente comprendió que “su negativa a no darse por vencido, a pesar de todo, constituyen ya una victoria”.

Paras fortuna de este octogenario pescador solitario, sus familiares alertaron anoche al 9-1-1- sobre su desaparición y, de inmediato, el Servicio Nacional de Guardacostas del Ministerio de Seguridad Pública organizó un operativo de búsqueda que culminaría satisfactoriamente.

A las 22:20 horas (anoche), oficiales de la patrullera SNG-38-12 observan en medio de la oscuridad una silueta apenas perceptible que resultó ser la destartalada panga del viejo pescador.

Fue iluminado con los focos del navío policial y uno de los guardacostas gritó a todo pulmón, “venimos para ayudarlo, tranquilo, ya está a salvo”.

Casares no arrastraba con su cayuco un pez vela gigante, terriblemente mordisqueado por tiburones hambrientos, pero al igual que en el relato de Hemingway, saldría fortalecido de su denodada y desigual lucha con “la mar”.

Lucía cansado, desorientado y apenas si reaccionó ante la presencia de sus salvadores de Guardacostas.

Aturdido, con frío, hambriento, el adulto mayor fue subido a la patrullera y trasladado de inmediato hacia muelle Turístico de Puntarenas donde lo recibirían sus felices familiares.

De camino, como si no hubiera comido en días, se zampó casi sin respirar una lata de atún y un jugo que le dieron sus rescatadores de la estación de Guardacostas de Caldera.

En Puntarenas, el valiente pescador artesanal fue auscultado por paramédicos quienes confirmaron que no sufría problemas de salud. Como un roble de 89 años.

Hoy, descansa en su casa, no muy lejos del mar y es ejemplo viviente de que, como dijo alguna vez Hemingway, “el hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado”.

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