Fressia María Peralta Castro y su Coco amado.
Redacción: Franklin Castro Ramírez, editor de Mi Prensa.
Nunca imaginé que me iba a doler tanto la partida de Coco, Coquito o Coquín como también a veces le decía, aquellas tantas veces cuando estaba en la casa. Dahirani de casi dos años, la última niña en llegar a la familia, le variaba el acento y lo llamaba Cocó y el mechudito entendía de cualquier forma en que lo llamáramos.
De hecho, así lo llamó aquella última noche, en que yo la llevé en brazos a verlo en su lecho de enfermo, que sin saberlo o quien sabe si lo presintió, Dahi a su manera quería darle la despedida. Ella también lo quería y él a ella, pues ese “Cocó” tenía una mirada que casi hablaba: Penetrante y tan fija que costaba sostenerla.

Dahi lo quería mucho, incluso la llevamos a verlo aquella última noche.
Coco era el perrito de Fressia María Peralta Castro, nuestra segunda sobrina. Respondía con su mejor forma de lenguaje, el movimiento de su cola. Corría a recibir a su dueña cuando llegaba del colegio o a nosotros cuando llegábamos del trabajo. Era un fiel amigo y por eso su ausencia dejó un vacío desde aquella noche del viernes 25 de julio 2025, cuando exhaló su último suspiro.
Fue duro, durísimo porque muchas veces durmió al pie de la cama y ahí amaneció la mañana de ese viernes, el que nunca pensamos fuera su último día. En aquel triste momento una oleada de recuerdos abrumó nuestra mente y a partir de ahí, inició el duelo por un inolvidable animalito que se ganó nuestros corazones..
Recordar su aullar constante -cual coyote-, cada vez que quería que le abrirán la puerta o su gemido suave para que le abrieran. Sabía comunicarse y por eso en la familia siempre le hablábamos, como así lo hicimos hasta aquel día en que se festejaba la Anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica. Fue un día diferente.

Coco un día que se refrescó en una quebrada.
En su homenaje le dedicamos esta columna, que me tomé varios días antes de ponerme a escribirla. Yo sabía que iba a ser difícil, pues era inevitable que la mente pudiera concentrarse, sin la opresión del reciente vacío de su ausencia. Una sensación que quizás sea incomprensible para quienes no han tenido un amigo o compañero tan fiel como lo es un perro.
Nos despedimos de Coco, pero su paso quedará guardado en nuestros corazones. Y lo sabemos porque en los días consecuentes a su partida, cada mañana nos pareció escuchar sus latidos y sentir su agradable presencia. Como si anduviera de viaje. Quiero recordarlo con el título de una película: “Todos los perros van al cielo”. Allá está nuestro Coco y nos querrá y nosotros a él, por siempre y para siempre.
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