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Franklin Castro R.

franklindecostarica@gmail.com

Pocos días después de su partida, en una tarde cualquiera de noviembre, me acerqué al cementerio de San Rafael para visitar su tumba. De paso, también pasar por las de algunos familiares, como los abuelos Josefa, Darío, Romelia y Aureliano. Y otras tantas personas, que un día se ausentaron para siempre.

¿Qué puedo escribir de Humberto Villalobos Castillo?, “Don Beto” como le dije siempre. Nos conocimos de toda la vida, pues cuando vine al mundo ya el tenía muchos años de habitar estas tierras, a las que llegó un día para nunca marcharse. Aquí se casó con doña Flory y procreó casi una veintena de hijos.

Recuerdo mis épocas de niño cuando mi padre (Silvestre Castro), trabajaba para el en sus fincas haciendo diferentes tareas. Los fines de semana visitábamos su casa, en donde estaba la pulpería del pueblo. Fue ahí en donde vi por primera vez la televisión a color y aprendí a apreciar a su familia. Eran hermosos tiempos.

San Rafael era a mi criterio más pujante, había más unión y nos conocíamos todos. En las navidades se hacían festividades que involucraban a todo el pueblo y Don Beto siempre fue líder de muchas actividades. Donó propiedades para uso comunal, porque creía que el hombre debe aportar, cuando recibe.

En 1993, estando en la Asociación de Desarrollo Integral de Paquera ADIP (de la que fue fundador), pasé a laborar con el Proyecto de Desarrollo Rural Integral Peninsular DRIP (Convenio Bilateral Costa Rica – Holanda). Ahí creamos el programa “Mi Península”, que se transmitió varios años por la extinta Radio Cordillera.

Teníamos la sección “Voces de la tierra”, que integramos en recuerdo de un espacio que en los 80´s produjo Radio Nacional de Costa Rica. Para aquel primer programa decidí incluir a Don Beto. Grabamos la entrevista de casi una hora, en la vieja galera junto a su casa. Fue una conversación extensa.

Mientras Don Beto me hablaba de su llegada a la zona peninsular y abordaba con detalles las historias de su vida, su esposa –doña Flory- trabajaba en la cocina, aquel día soleado de hace ya veinte años. Si se pudiera volver atrás, ¿quien sabe cuántas cosas cambiaría o haría diferente? –pienso ahora.

Pero aquel día de noviembre conversé con su tumba: Le manifesté cosas que nunca le dije en vida. Y quizás fue un momento para entender que a veces callamos y cuando queremos expresarnos, ya es demasiado tarde. El día comenzaba a caer y la noche anunciaba su presencia. Finalizaba la tarde y yo a solas con Don Beto…

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