Franklin Castro R.
La popular fiesta del Ocho que la familia Jiménez Rivera, celebra desde hace ya más de 55 años, merece toda nuestra atención, primero porque representa una tradición religiosa que no debemos dejar desaparecer y segundo, porque con cada actividad, existe un reencuentro entre amigos y familiares, conocidos y visitantes, que se reúnen para pasarla bien.
Si bien es cierto la Iglesia Católica también celebra a la Inmaculada Concepción de María, sus actividades además buscan recaudar dinero. Mientras que la festividad de doña Chita y don Zenón es una expresión pura de las tradiciones, pues la costumbre de toda la vida, es comida para todos; que el buen Dios repara.
Y así ha sido todos los años. Desde aquellos tiempos en que se celebraba en Cerro Bonito, en aquella casa de madera apostada casi junto al río. Allá donde la gente llegaba a caballo y uno que otro lo hacía en carro, por aquel camino para carreta que Zenón y sus hijos, a pico y pala, arreglaban todos los años en diciembre.
Recuerdo que después del rosario, todos pasaban a una galera junto al corral, en donde la gente se animaba a bailar al son de la marimba. Lo hacían bajo la luz tenue de una lámpara, pues la electricidad no existía en aquellos confines. Viajar a pie era un agradable periplo, pues el camino zigzagueante, atravesaba muchas veces el mismo río.
Una de las últimas veces que se hizo el Ocho en Cerro Bonito, antes de que la familia se viniera a San Rafael, una crecida del río borró literalmente el camino y nuestro viaje nocturno fue toda una odisea. Víctor Navarro “Gallo Pinto” –para los amigos-, iba con nosotros y recuerdo que debimos pasar entre árboles derribados y el recorrido aunque largo, estuvo matizado por lindas experiencias.
Personalmente podría escribir un libro sobre la fiesta del Ocho. Su valor es más que religioso y trasciende lo material. Tiene que ver con la historia de una familia y de una comunidad. Doña Chita su gestora, lleva en sus entrañas como un hijo, la hermosa devoción que heredó de su madre, que a su vez, importó de Nicaragua, cuando un día decidió afincarse para siempre en nuestra querida Costa Rica.