Franklin Castro R.

15 de diciembre 2008. Podemos estar animando un evento en cualquier lugar, que de pronto, de la nada, aparece un “Dj” que se ofrece a ayudarnos. La colaboración consiste en juguetear con las perillas, supuestamente para ajustar algunas inconsistencias de sonido, que alteran la correcta proyección de la música (todo lo saben, ¿cómo les dicen?, ¿ingenieros de sonido?).

Otros llegan a matar “fiebre” solo para poner los temas que a ellos les gustan (sobre todo en inglés, algunos apenas si saben expresarse en español). Los que no son “mudos” (que no saben ni modular un micrófono), se la pasan diciendo simplezas sobre todas las canciones, como si la gente fuera a los bailes para escucharlos hablar.

En ese sentido, hay aquellos que trabajan hasta gratis (o por comida) y otros que se dedican exclusivamente a la actividad, aunque ello no les de ni para cubrir sus necesidades básicas. La situación toma matices viscerales; andan con la música pegada al oído casi todo el día y su vida gira en torno a ello. Les encanta que les digan Dj. ¡Por favor!.

Algunos necesitan ponerse pantalones cortos, una gorrita para atrás y aretes, para graduarse de Dj. O sea que si me pongo gabacha, ya soy médico, si tengo un pito soy árbitro, si tengo celular soy importante. ¡Qué horror!, qué complejo de inferioridad más terrible.

Últimamente se ha desplegado como una moda (o plaga), “la profesión de Dj”. La pronunciación en inglés, pareciera inflarle el ego a más de uno, aunque en el fondo no tengan la más mínima idea, de lo que debe ser un programador de música.

Personalmente como comunicador, me preparé en la producción y locución de radio. Pero no soy, ni quiero ser Dj, ¡Ni Dios lo permita!. Quien me diga así, estará incurriendo en un agravio a mi persona. Me gusta animar actividades y al hacerlo pretendo adaptarme a las condiciones, sin renunciar a mis valores y profesionalismo.

La actividad que uno realice para ganarse la vida, debe ser respetada y en ese sentido, la capacidad y la preparación es muy importante. Los profesionales son más que esas dos simples letras (Dj), pero los que describo en esta columna, son sencillamente “fiebres” de música y traviesos de perillas.

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