Franklin Castro R.

Ya casi la mañana expiraba cuando decidí entregarme a la lectura, acostado en una hamaca, sujetada de árboles de achiote y noni. Bajo sus sombras, observaba algunos frutos de noni, que según dicen, posee propiedades curativas, pero cuyo olor particularmente me parece repugnante y su sabor, no lo conozco y tampoco pienso averiguarlo.

Del achiote no me quejo. Su color favorece la presentación de las comidas y por ahí cumple una gran función. Además me sumerge en hermosos recuerdos, como aquellos años en que mi abuela Romelia Vega, se dedicaba a “sacar” achiote allá en San Rafael y al final de la jornada, terminaba decorada de aquel intenso color.

Aquel achiote que procesaba mi abuela, era de verdad y sobre todo muy natural. Bueno ya casi nada es natural, ni el achiote, ni las mujeres, ni nosotros mismos. Ya ninguna de las féminas que conozco, se dedica a estos menesteres, les da pena. Si alguna se anima, que me avise, pues me gustaría estar ahí, para escribir una nota e ilustrarla con fotografías que inmortalicen el momento.

En la hamaca me adentré en los temas misteriosos, esta vez del autor estadounidense Ambrose Bierce, “Algunas casas encantadas”. Una ligera brisa llegaba y se iba constantemente, al tiempo que un perro aburrido, bostezaba a poca distancia.

A medida que leía, me ponía a pensar que este tipo de cuentos son ideales para leerlos en la espesura de la noche y ojalá a la luz de las velas. La oscuridad es capaz incluso, de hacer que la lectura sea más vivencial. Así que luego cerré el libro, con el afán de reencontrarme con sus letras en la noche.

Lo hice, pero no a las luz de las velas, ni tampoco al filo de la media noche. Tampoco tengo que poner en práctica, mis propias sugerencias, pensé. En esto de seguro seré como aquel mal predicador que dijo una vez, tras ser encontrado hurgando faldas ajenas: hagan lo que yo digo, pero no lo que yo hago. Que disfruten la lectura.

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