2 de agosto, 2013

Queridas y queridos costarricenses:

Ayer vine junto a muchos de ustedes en romería. Compartí, con humildad, el fervor sencillo y profundo de miles y miles de peregrinos de todos los rincones de Costa Rica que así brindamos un homenaje de devoción y de cariño a la Virgen de los Ángeles.

Hoy me corresponde saludarles a ustedes y a nuestra querida negrita como mandataria de este país. Hoy, al igual que ayer, vengo con gratitud y nostalgia en mi última visita un 2 de agosto como Presidenta de Costa Rica. Hoy, al igual que ayer, le pido comprensión por los errores cometidos y le doy gracias porque su ejemplo de fortaleza y perseverancia me ha acompañado y sostenido en los momentos más difíciles y complejos por los que ha atravesado nuestro país. Porque me dio serenidad en medio de la agitación y renovó en mí la fe y la ilusión en medio del escepticismo y la frustración.

Recibí el país en medio de una de las más grandes crisis de la economía internacional y con una de las mayores crisis fiscales que hemos conocido.  Pese a estas circunstancias, logramos en estos tres años que nuestra economía creciera y generara más empleos, que viniera más inversión del extranjero y que pudiéramos colocar nuestros productos en el exterior. Logramos también, gobernar con austeridad y mayor eficiencia. La falta de recursos no nos impidió alcanzar la más alta inversión social de los últimos años en beneficio de los más pobres y vulnerables.  Ampliamos  el número de personas que se benefician de los programas de pensiones, becas escolares y atención a niños, niñas y adultos mayores. Logramos que la Caja Costarricense del Seguro Social no se hundiera en el abismo de sus deudas y aumentamos la inversión en salud.

Hoy, al igual que ayer, le doy gracias por las bendiciones que ha derramado sobre Costa Rica y por los momentos de satisfacción y alegría que me ha regalado, al poder culminar importantes metas  al lado  de tanta gente buena de nuestro país.

Recuerdo cómo se estremecía nuestro pueblo ante la creciente ola de inseguridad y violencia que,  hace tres años,  golpeaba a nuestra patria. La asignación de más recursos a la seguridad, el trabajo valiente de nuestros policías, la labor justa y firme de jueces y fiscales, y el trabajo solidario de las comunidades organizadas, ha formado una coalición de buenas voluntades. Esta coalición ha permitido, por primera vez en muchos años, que la criminalidad, en lugar de crecer, empiece a declinar y la percepción de inseguridad comience a disminuir.

Hoy al igual que ayer, le imploro para que siga fortaleciendo en todas y todos nosotros la fe en nuestras instituciones democráticas y en nuestra propia capacidad para trabajar con sentido de colectividad y para derrotar los problemas que aquejan a nuestra nación.

La humanidad ha vivido tiempos de cambio e incertidumbre. En particular, los jóvenes se ven afectados, muchos se encuentran excluidos de los frutos del desarrollo y les invade la desesperanza. Sobre ellos acechan el desempleo, la exclusión, la droga y la violencia y su vulnerabilidad no logra ser mitigada con la acción efectiva de los Estados. Le consagramos, a nuestra madre la Virgen María, a los niños y jóvenes de Costa Rica, nuestro mayor tesoro y nuestra más sólida esperanza.

Le pedimos también, discernimiento colectivo para separar a aquellos que corrompen y mancillan la dignidad humana, de los que son honestos y luchan por la justicia; inspiración para vencer el cinismo y la indiferencia ante los innumerables problemas sociales; y determinación para perseverar en la lucha por restituir la honestidad y la integridad en nuestra sociedad.

Nuestra gente, te pide, Madre de Costa Rica, discernimiento para desenmascarar a aquellos que corrompen y mancillan la dignidad humana; inspiración para vencer el cinismo y la indiferencia ante los innumerables problemas sociales y determinación para perseverar en la lucha por restituir la honestidad y la integridad en nuestra sociedad.

Vamos, madre nuestra, a seguir luchando con denuedo y coraje para vencer el mal y el egoísmo. Vamos a seguir la senda de la humildad y de la vida sencilla, a imitación tuya, de acuerdo con el modelo trazado por el papa Francisco en aras de la dignidad humana y en el combate contra la pobreza.

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