Se camufla. El oso polar esconde su nariz en el hielo, para que sus potenciales “presas” no lo descubran.

En mis tiempos de osito de peluche hice los peores ridículos de mi vida. Algunos que aún recuerdo con vergüenza, pero que ya puedo compartir sin inquietarme. Y es que dichosamente con los años y -los daños- uno va moldeándose… va cambiando y se va desilusionando de unas cosas y/o personas y valorando otras. Todo a golpes, pero valiendo la pena. Paradójicamente el dolor también construye.

Aquel peluchito era bueno en demasía, protector, lo maltrataban y ahí estaba para que le dieran otra vez. Tenía la autoestima al nivel del mar. Era detallista hasta el cansancio. Veía princesas, donde otros (los no peluches) veían brujas. Así el peluchito se fue de bruces un montón de veces, hasta que la mayor decepción lo cambió todo. Gracias a Dios tras aquellos meses lúgubres, en que se sentía solo y abandonado, dos ángeles lo rescataron y el peluche inició su transformación.

Imagen con fines ilustrativos.

Hoy día del peluchito de la historia queda casi nada, solo retazos del recuerdo de la vez, que viajó largas distancias (por mar y tierra) llevando un peluche de tamaño exagerado. Ojalá que nadie se acuerde de aquel episodio y si existiera, que no lo diga. Fue duro superar ese capítulo y lo peor es saber que estuvo a punto a repetirlo, aunque con uno más pequeño y en distancia menor, pero igual hubiese sido un ridículo colosal.

Finalmente no sucedió y aunque no volvió a regalar peluches, si cometió otros horrores. Está claro que en la vida hay que evolucionar, algunos se resisten y peor aún involucionan, pero el osito del cuento mutó hacia un oso polar. Ahora a los peluches no los quiere ni en pintura. Se burla de ellos y está concentrado en su transformación “ártica”.

Y es que debemos reconocer en cambio, que el oso polar es poderoso, tiene sus cualidades, puede ser “malamente” bueno y eso aunque no lo crean es mejor que ser bueno. No se arrastra y jamás será alfombra roja para nadie. Perdió el miedo y sabe dosificar sus apetitos, para que estos no lo dominen. Así pues cuando miramos atrás y avizoramos lo que un día vimos perfecto, caemos en cuenta que a veces vivimos en un espejismo o imaginamos lo que no es cierto. Ese es el gran defecto del peluche. El Polar en cambio, sabe que el éxito está al otro lado del miedo.

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