Chica con Cabello en trenzas con adornos al final

Trenzas como estas lucía la chica de nuestra historia. Foto con fines ilustrativos.

Pluma Liviana

Franklin Castro 23 ene 2015 www.miprensacr.com IMG_20150123_093130

Franklin Castro R.

franklindecostarica@gmail.com

La chica que conocí aquel día lucía largas y finas trenzas. Debo aceptar públicamente que mis preferencias son féminas lacias de cabello largo. Caminó con dirección hacia mi descalza sobre el pavimento caliente de aquel jueves, en que el viento embravecido batió el mar, dejando dolor en algunas familias que lejos de nosotros, querían disfrutar de las bellezas naturales del golfo.

Ni siquiera sabíamos que una tragedia sucedía en altamar (aclaro). Acercarme a aquella beldad fue tarea descomplicada, pues la joven en mención era una fémina educada y de fácil acceso (-para hablar por supuesto-, los caballeros nunca hablamos mal de una mujer). De eso me di cuenta inmediatamente, cuando surgió una consulta forzada de mi parte para romper el hielo.

Fueron muy pocas las palabras y en realidad no eran necesarias. Casi de inmediato mi mente borró el contenido del primer diálogo: pregunta y respuesta. Me embelesó con el brillo de su pelo y el suave tono de su voz. Ella era encantadora y gracias a su presencia, me olvidé hasta del año viejo en el génesis de enero. De por si no me dejó una chiva, ni una burra negra, tampoco una yegua blanca y mucho menos una buena suegra.

Disfruté cada instante en que nuestros cuerpos se rozaban (casualmente). Mirarla de cerca fue como pasear por los jardines del edén y su suave respirar era como el alegre canto de las aves. Todo parecía maravilloso aquella mañana que casi llegaba a su fin y en la que el calor abrumante parecía derretir el termómetro.

Me imagino que algún lector apasionado viaja con su mente por otros libidinosos entornos. Pero en el idioma de Cervantes puedo decirlo sin caer en la exageración: aquel día, esa chica durmió conmigo. El tiempo pasó y finalmente caímos en los brazos de Morfeo. Yo fui el primero en despertar, pero no quise sacarla de sus sueños. Al menos esperé un rato, hasta que el autobús en que viajábamos, llegó a su destino. ¡Qué lástima!.

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