Franklin Castro Ramírez
La tecnología sin duda ha venido a hacernos las cosas más fáciles, pero también ha lesionado conductas del pasado: ya no somos iguales a antes y muy a nuestro pesar, debemos reconocer que talvez no nos ha hecho mejores. Sobre todo en la forma de socializar. En esta oportunidad me referiré al tema de los celulares, pero algo similar sucede con las redes sociales. Ya veremos.
Pero el tema es, que el aparato en mención nos ha quitado la paz y ha lacerado la forma tradicional de comunicación. Estás hablando personalmente con alguien y suena el celular y automáticamente la persona que recibe el llamado, le da primera importancia a la misma y el otro se queda esperando el final, para continuar con la platica frente a frente. ¿Será eso descortesía?.
Ya es muy difícil entregarse en una conversación fluida con alguien al estilo antiguo, sin que en algún momento nos ingrese una llamada o mensaje que corte intempestivamente la magia de la plática. Creemos que controlamos el mundo desde el celular, cuando en realidad el aparato nos controla a nosotros, nos ha cambiado. Hasta se ha convertido en un objeto de vanidad, de status, de apariencia.
Muy al principio de los ochentas solo había un teléfono público en Paquera y era administrado. Luego los hubo en las comunidades, pero eran por extensión. Antes de eso entre San Rafael y Paquera -por ejemplo, había un servicio de teléfono por cable fijo (comunicaba a dos puntos específicos). En los noventas se instaló la central telefónica y luego los teléfonos residenciales llegaron a los caseríos.
Avanzamos a los móviles, dispositivo que hoy casi todos tenemos. –“Hasta los perros tienen celulares”-, me dijo una amiga de muy buen ver hace unos años. En aquel momento yo no lo tenía (me había negado), pero el golpe al ego me empujó hacia el móvil. En cierta manera un comunicador debía tenerlo y bueno, empezamos a sufrir con la cobertura. De eso no nos arrepentimos, pero cuánta paz nos ha robado.